lunes, 15 de junio de 2015

3 a.m

Son las tres de la mañana y me acorde de vos. Son las tres de la mañana y las fotocopias que tengo que leer parecen multiplicarse. Son las tres de la mañana y cómo era ese tema que me hiciste escuchar antes que empezará todo esto, decía algo así: no hay manera de quedarse en la cama cuando el corazón te llama a las tres de la mañana. Creo que siempre me voy a acordar de vos a las tres de la mañana ¿Te acordas de ese día que corrimos abajo de la lluvia después del recital? Te agarre de la mano aunque no tenía que hacerlo pero yo ya sabía que agarrarte de la mano me iba a salvar más de una vez. Después de correr, fuimos a mi casa, comimos, reímos y te fuiste a las tres de la mañana ¿Te acordas de nuestro primer beso? En mi imaginación te veo diciéndome si con la cara ¿Falta decir que te fuiste a las tres de la mañana? ¿Y ese día que nos quedamos dormidos sin querer producto de una gripe para mí y un día larguísimo de trabajo para vos? Tengo que confesar que yo me había despertado un rato antes que vos, quería mirarte dormir o quizás quería esperar a que sean las tres de la mañana porque claro, fue a esa hora a la que te fuiste.
Ese día que discutimos en la esquina de mi casa, no puedo acordarme que hacíamos discutiendo en ese lugar, qué lo había originado pero si me acuerdo mirar la hora y pensar en qué momento habíamos llegado a ese punto del no poder volver atrás, en qué momento se había desencadenado todo eso, cuál fue la palabra exacta que nos hizo no poder frenar el tiempo. La hora en que pensé eso, claro, fueron las tres de la mañana. 

¿Cuántas personas habrán vivido con tanta intensidad a esa hora de la madrugada? ¿Será qué es nuestra hora, nuestra porción de tiempo que va a quedar para la eternidad? Quizás si, eso solo quedo de nosotros, un número, un momento del día pero lo voy a atesorar porque para mi es mucho mejor que nada.

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